Por Inmaculada Suárez, secretaria estatal de comunicación, coordinadora estatal del Defensor del Profesor.
No es un secreto. Me lo cuentan profesores y directores que lo sufren: curso tras curso los centros se convierten en instituciones cuyo objetivo prioritario es proporcionar datos. Memorias, programaciones, formularios, anexos, impresos, informes, protocolos, estadísticas, actas, propuestas, proyectos…
y cómo no, para facilitarnos el trabajo, gracias a Dios, contamos con la ayuda de las nuevas tecnologías. Tecnologías que por otra parte no sabemos muy bien si su fin es el de ayudar o el poner a prueba la paciencia de todo aquel que lucha desesperadamente por introducir unos datos que el programa se niega a admitir, por aquello de que la dificultad templa el carácter. Hay muchas razones para detestar la burocracia, pero la principal se deduce de la percepción que se tiene sobre la inutilidad de la misma. Dice la administración que este papeleo sin sentido tiene mucho que ver con el interés que desde la misma se tiene por la educación en general y por el alumno en particular. Es decir que aplicando el principio de proporcionalidad directa, a más burocracia, más recursos humanos y materiales. Juzguen ustedes mismos si les salen las cuentas.
Porque intuir, intuimos las buenas intenciones, pero aplicando la razón no acabamos de entender los beneficios que para profesores y alumnos aporta todo este papeleo que roba innecesariamente, en la mayoría de los casos, un tiempo precioso que debiera dedicarse a lo que realmente importa: la educación.
El profesor entiende que la burocracia es necesaria, pero todo en su justa medida. Porque, cuando no tienes claro cómo elaborar unos documentos farragosos, o estos son puramente teóricos o redundantes, la burocracia deja de ser un medio de información y se convierte en un foco de estrés y de perdida de tiempo. Que no se engañe la Administración: muchos documentos pueden simplificarse o eliminarse sin afectar negativamente, sino todo lo contrario, al funcionamiento del sistema educativo.
Lo contaba una profesora. Después de mostrar su interés por proporcionar a un alumno de necesidades especiales un apoyo especializado, un montón de informes y protocolos descansaban sobre su mesa. Un montón de papeles que representaban horas de trabajo, y no es que el trabajo asuste, lo que asusta es la inutilidad del mismo.
¿Beneficios que le aportaba al alumno? La cuestión se presentaba dudosa. Todos los verbos se conjugaban en condicional. Podría ser, pero no era seguro, que el niño recibiese apoyo de una hora semanal dependiendo de las necesidades del centro.
Conclusión: para este viaje no necesitamos alforjas.
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